14 septiembre, 2006

El cuarto oscuro

Nunca había dejado entrar a nadie. Estaba demasiado oscuro. Lleno de cicatrices, unas curadas y otras sangrantes. Fantasmas del pasado. Costras y recuerdos que no quería recordar. Pedazos…

No sé muy bien porque te dejé entrar. Confié en ti. Te di la llave del cuarto, aunque ni siquiera yo quería entrar. Encendiste una pequeña vela y fuiste observando lo que te rodeaba. Al principio te asustaste y te dio miedo. Y te comprendo. Pero poco a poco fuiste tratando con mimo las heridas, fuiste recogiendo los pedazos y recomponiéndolos. Descubriste algo hermoso entre todo aquello. Algo que no recordaba que estuviese ahí. Te gustó demasiado. Te encariñaste de él y lo trataste aún con más mimo.

Pero un día la puerta se cerró. No podías abrirla, y tuviste miedo. La luz de la vela se desvaneció y te diste cuenta de que todo lo que habías mimado se estaba pudriendo. Te rendiste, pero querías salvar la parte que más te gustaba de todo aquello. De repente la puerta se abrió. Huiste de allí llevándote aquello que más te gustaba y que antes era mío. Pero no cerraste la puerta con llave. Todo lo que había allí comenzó a salir, oscureciendo toda luz y consumiendo todo lo bonito.

Ahora tienes otro más para tu colección. Lo observas de vez en cuando y te das cuenta de que ya no es tan bonito si no está rodeado de tanta fealdad. Pero solo tú tienes la llave. Tú eres la única que puede cerrar la puerta, aunque no me devuelvas el corazón…

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