20 septiembre, 2006

Es hora de crecer

Sentías como te observaban. En ese momento no era una preocupación. El tomar la decisión sí lo era. No parece tan fácil una vez que estás allí. Los pensamientos de que todo puede cambiar hacen que dudes.

Aunque sabes que la esperanza no ayuda a llenar ese vacío. Recuerdas todo lo que te ha llevado hasta aquí. Si lo pones en una balanza tendrías de un lado el peso de una pluma y del otro el de un collar de perlas.

Miras hacia abajo. Quieres asegurarte de que el sitio es el adecuado. Ya que vas a hacerlo mejor hacerlo bien ¿no? La perfección es una buena cualidad. Aunque quizá es mala si se convierte en una obsesión. Piensas en lo que dejas atrás. En realidad no es nada. Quizá tarden en enterarse más de lo que piensas. No importa. No esperas un bonito funeral con gente llorando, flores y esas cosas. Al fin y al cabo ese no serás tú, será solo tu carcasa. Tú desaparecerás en el momento en que tu cerebro deje de funcionar.

Vamos, deja de pensar de una vez. Ya has pensado suficiente a lo largo de tu corta vida. Más de lo que esos bastardos lograrán hasta el día en el que los excesos, la edad o su dios hagan que su corazón deje de latir. Es hora de crecer. Levántate.

El viento acaricia tus mejillas y hace ondear tu pelo. Te colocas con los brazos en cruz, a punto de acabar aquello que empezó un lejano día. Sabes que siguen observándote, aunque en realidad nunca lo han hecho. Sientes como tu mente se libera. Sonríes. Cierras los ojos y les dices adiós. Sientes como la fuerza de la gravedad hace su trabajo. Tu cerebro no asimila la situación. Por un instante tu sistema nervioso siente el impacto de golpe. Es doloroso. Nadie dijo que no lo fuera. Pero poco a poco sientes como las fuerzas te abandonan.

Te observan desde arriba. Tratan de comprender el porqué. Nunca lo sabrán, nunca te comprendieron. Ahora no iba a ser diferente ¿no?

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